Vivo en Belén. Sí, como miles y miles de familias en España y en otros lugares. Familias que con esfuerzo e ilusión, con pericia y paciencia, recrean en su hogar pequeños nacimientos que en ocasiones se convierten en prodigios artísticos que marcan sus navidades y muestran a sus visitas con la sonrisa de quien cumple año a año una hermosa tradición. Pero no, en mi caso es verdad: vivo en Belén. Mi pueblo es Belén. No se llama así, claro, pero tenemos belén los trescientos sesenta y cinco días del año.
Son las seis y media de la tarde. Es de noche, ya que estamos en diciembre. La carretera que viene al pueblo desde Valladolid se llena de luces. La hilera de coches semeja una procesión nocturna. Es una peregrinación que se repite cada año y que presencio desde el balcón de casa, presto a bajar con los míos a unirme a ella.
Es una historia que tiene ya cuarenta años de vida, por eso enlaza con el alma de los habitantes de Cabezón de Pisuerga. Es entonces cuando surge, en algunos de sus habitantes, la idea de llevar a cabo una representación viviente del nacimiento del Salvador. Así se crea, en 1978, la Asociación de Amigos del Belén Viviente de Cabezón. Quedan muy lejos esos balbuceos iniciales en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, con su párroco Don Miguel, primero ocupando un pequeño espacio en la sacristía. Después, necesitados de un lugar poco más amplio, en el baptisterio.
Enseguida son conscientes de que el escenario se queda pequeño para tantos personajes y es necesario buscar una salida, hasta el exterior de la iglesia. Primero se llevará a cabo la representación en la plaza del pueblo, la Plaza de la Concordía, el lugar central de la vida de la villa, entre el ayuntamiento y la iglesia. Pero al poco tiempo, y así será durante dos décadas, el belén encuentra su sitio frente a la iglesia, en uno de sus laterales, donde ahora encontramos una losa en homenaje a los veinticinco años de esta tradición.
Fue el lugar donde cobró fama el belén de este pueblo ya que allí germinó la idea de llevar a cabo, no solamente un belén viviente, sino una representación que supusiera una fusión de épocas, en la que la tradición hebrea se uniera en armoniosa sintonía con la tradición de los oficios castellanos. Para ello, año a año cobraba vida un decorado que intentaba transmitir los pasajes evangélicos y que, a su vez, servía para mostrar los oficios populares de esta tierra. El ingenio y el esfuerzo de los entusiastas de la asociación belenista conseguían reproducir posadas y pesebres, incluso puentes, ríos y colinas, que se fusionaban con las casas, en muchos casos aún de adobe, que por aquel entonces eran todavía habituales en Cabezón. El nacimiento va cobrando vida y muchos habitantes del pueblo convierten ese hecho de transformarse en actores en una seña recurrente del tiempo de la Navidad. Pero los amigos del belén no se conformaban únicamente con eso. Idear un escenario cada vez más grande, meticuloso, bello, artístico, empieza a suponer casi el desvelo de sus vidas.
Por eso, por aquellos años, el belén ya no es un acontecimiento puntual. Porque aunque sea visible tan sólo durante unos días podemos considerar que es permanente en sus mentes y así acabará siendo también permanente en el espacio y en el tiempo. Montar y desmontar un nacimiento cada Navidad es una tarea ardua, todos lo sabemos porque lo vivimos de una u otra forma todos los meses de diciembre en nuestras casas, a lo grande o de manera más modesta. Esto se multiplica casi de manera infinita si queremos convertir un espacio del pueblo en un escenario viviente. Por ello es la hora de dar el último paso. Crear un nacimiento que estuviera presente, literalmente, durante todo el año.
Había que buscar un enclave que permitiera vivir la representación como si fuera en un pueblo real. Llegó el momento de crear Belén. Conseguir que esta tradición cobrara vida de tal manera que quien participara en esa puesta en escena y quien acudiera a disfrutarla, pudiera respirar que estaba allí, que acompañaba todo ese pasaje poblado de profesiones, objetos, animales y todos los elementos que adornan un belén. Un belén hebreo y castellano.
El cerro de Altamira vigila Cabezón y su renqueante puente. Allí hay una explanada en una ladera, sobre las bodegas, conocida como El Barrero. Era el lugar idóneo para crear ese recinto mágico que pudiera retener el tiempo y mostrar el fruto de la labor de tantos meses, de tantas jornadas de trabajo.
Y así ha ido creciendo día a día. Este camino recorrido convirtió a la localidad, gracias a los amigos de esta asociación, en un pueblo que vive para su Belén. Es una labor, como hemos dicho, de todo un año. No simplemente las cinco representaciones que se llevan a cabo. Allí están todos los oficios que puedes imaginar de cómo vivían en aquellos tiempos. Año a año van aumentando los detalles y proliferando objetos, mobiliario, personajes. No es tarea fácil, porque requiere de mucha pericia, de talento, de imaginación. También de mucha ayuda y de mucha suerte. Cada viejo apero aparentemente inservible, unas sillas y mesas de escuela sin uso desde hace décadas, cualquier mueble u objeto cotidiano, puede ser aprovechado si el entusiasmo va de la mano de la constancia y la dedicación. Porque cada mañana de sábado y de domingo, y también muchos días de diario según se acercan las fechas señaladas, toca llevar a cabo la restauración de todo estos enseres hasta el punto de que el cerro se convierte en un taller multigremial donde Dionisio, Teodoro, Paulino, Aurelio y tantos otros amigos del belén se afanan en crear esta unión entre la naturaleza y la historia, entre la tradición y la fe. Es una tarea que no se ve y que, con sus ya muchos años a la espalda, resulta impagable.
Y por fin llega diciembre, y con el frío llegan también las ganas de ponerse esos ropajes añejos y vivir el belén desde dentro. Más de cien cabezoneros se convierten en habitantes de esta aldea, mientras casi tres mil personas, muchas veces, llenan hasta casi hacer rebosar el recinto de este teatro natural, artesanal. Da lo mismo tener que subir trescientos metros de esta empinada ladera. Gentes de toda condición ascienden para ocupar su sitio en las gradas móviles y, a veces, en cada palmo del terreno, en las tres sesiones nocturnas y dos diurnas del belén viviente. Poco importa que, en muchas ocasiones, el termómetro se acerque al cero o que la niebla envuelva todo el paraje. Después un cuenco de sopas de ajo les hará revitalizar.
Merecerá la pena porque las actividades tradicionales castellanas se funden con las profesiones de la época Nos encontramos un verdadero pueblo en el que tienen cabida los elementos principales de este pasaje bíblico junto a detalles de la Castilla de nuestros antepasadas, más remotos o más recientes. Porque los visitantes, además de ver la representación, se pueden acercar a cada uno de los talleres. Allí verán un pueblo con varias plazas, como debe ser. Tenemos dos posadas en las que María y José intentarán pasar la noche. Podemos ver un taller de costura y plancha. Veremos varear la lana, una devanadora, a hilanderas tejiendo. Presenciaremos cómo un zapatero arregla el calzado a la manera tradicional. En la fragua de José se nos enseñará a hacer cuchillos y espadas. Un alfarero estará trabajando el barro para hacer cuencos, cántaros, baldes. La carpintería Dioni, con multitud de herramientas que atraviesan décadas, hasta siglos, cuenta cómo elaborar escobas, mesas, sillas o lo que sea necesario. Una escuela hará que los mayores sientan la nostalgia del tiempo pasado, con bancos de viejos colegios, con su ábaco y sus pequeñas pizarras. Pero también veremos hacer el vino y sus toneles, pues el lagar y la bodega Teodosio cuentan con todos los detalles imaginables. De la misma manera, se elaboran embutidos y quesos al estilo tradicional y el pan, por supuesto el pan, en un horno que alimentaría a todo el pueblo y del que también puedes degustar ricas galletas. Tenemos casas tradicionales, además del corral y de la cuadra para que los animales tengan el mayor de los cuidados. Contamos con nuestro molino de agua, con su depósito y con un pozo, con varios puentes y con el maestro cantero imprescindible para llevar a cabo todas estas obras. Cada año es una sorpresa. Este belén es un constante fluir de ingenio. De un momento a otro surge la idea de mejorar cualquier mínimo aspecto: transformar un carro, acondicionar un techo, mejorar un puente o revivir un arado romano. Y claro, para recrear este pasaje no puede faltar el censo. Cada visitante puede acudir, como si fuera la Sagrada familia, a apuntarse y dar constancia de este peregrinar navideño. Del mismo modo que tenemos el guarnicionero y el palacio de Herodes, dentro del cual hay un pequeño museo. Aunque en realidad todo el parque temático es un gran museo al aire libre.
Con todo ello, se supera ampliamente la centena de personajes que dan vida a cada escena del nacimiento, desde la Anunciación del Ángel a María, en una pequeña bodega en la ladera del cerro, la lectura del Edicto de Octavio Augusto obligando al censo de todos los habitantes, la llegada de la Sagrada Familia, la búsqueda infructuosa de posada, la noticia del Ángel a los pastores, que informan a todo el pueblo del acontecimiento, el Alumbramiento de Nuestro Señor Dios, los Reyes Magos de Oriente, guiados por la estrella y que acuden a palacio y, después, a visitar el pesebre. Por fin, la huida a Egipto. Todas estas escenas son retenidas en el tiempo para el disfrute de varias generaciones, porque hasta tres distintas participan en el belén y hay habitantes de Cabezón, hoy adultos, que llevan cumpliendo ilusionantemente con esta tradición desde niños.
Las ideas bullen a lo largo del año. Un belén de trescientos sesenta y cinco días, dinámico, que crece mes a mes y edición a edición. Poco antes de escribir estas líneas un fuego traicionero estuvo a punto de terminar con esta historia. Con la vida del belén. Las llamas hicieron sucumbir parte de la ladera del cerro, muy cerquita de nuestro pueblo. Se quedó en un susto. Cabezón, desde su puente, vio sobrecogido cómo su entorno se marchitaba mientras, su belén, era acechado por este peligro. Se salvó, las llamas se extinguieron. Fue un milagro, ya que buena parte de la ladera quedó carbonizada. Pero, como si tuviera una protección divina, el recinto de nuestro sueño de cada Navidad quedó intacto.
Lo que no se extinguió fue la pasión de un pueblo que vive su historia, con su fiesta de los Vacceos en verano y con su belén, no sólo en invierno sino durante todas las estaciones ya que, como hemos visto, tras cuarenta años, sí, cuarenta años, cuatro décadas, se ha convertido en esencia misma de la vida de sus gentes.
Roberto Cuaresma Renedo (Profesor de Historia)